jueves, 25 de enero de 2018

LA BELLEZA PUEDE ESTAR EN EL INTERIOR

LA BELLEZA PUEDE ESTAR EN EL INTERIOR. VISIÓN CRÍTICA DE INTERIORISMO Y MERCADO

Esta entrada va a ser atípica respecto a las restantes del blog, un paréntesis, aquí la palabra valor, coste o precio intentaré que quede excluida para reflexionar un poco sobre el interiorismo tal y como se concibe hoy día desde un punto de vista más artístico que técnico. Más crítico que complaciente.

Existe una obsesión transmitida por los medios, tanto los que viven de forma especializada como los que publicitan mobiliario, complementos, elementos decorativos o materiales en marcarnos a fuego la necesidad de consumir tendencia. A imitación de la moda en el vestir se nos intenta conducir a una presunta caducidad de las soluciones que adoptamos en la humanización de nuestra vivienda. 

Modificar los espacios interiores de una vivienda vacía con colores, texturas, ritmos, dibujos, luz y sombra, pesos y liviandades es reflejar nuestro propio carácter y visión del mundo en nuestro entorno, y tener refugio en esa identificación frente a la inseguridad y agresividad del exterior.

Photo by Min An                 https://stocksnap.io/author/minan

El mismo hecho de entrar en un gran espacio habla mucho de la personalidad y estado de ánimo de una persona: están los que caminan despacio  junto a las paredes perimetrales, los que decididamente van en línea recta por el centro de la sala para tomar una posición central y dominar las simetrías o los que van zigzagueando impulsivamente buscando continuamente nuevas visiones complejas e irrepetibles. 

Parece poco personal que tengamos que adoptar un mismo patrón si somos una joven pianista que viaja permanentemente por el mundo y adora las grandes ciudades; unos informáticos y padres de familia numerosa que adoran los paisajes de montaña, o un escritor que no puede ni quiere vivir sin sus libros y recuerdos de sus amigos y lectores. No tenemos que pasar por el aro de tragarnos todos los días nuestras fobias a ciertos colores, o que el lugar donde pasamos media vida nos de más frío que calor.

Photo by Joshua Earle on Unsplash

La forma en que adaptamos nuestro hábitat dice mucho del modo en que vivimos, nos relacionamos y seducimos; cuales son nuestras pasiones y que le pedimos a nuestro entorno inmediato: serenidad o intensidad, sosiego o actividad; en fin que podemos plantearnos todas las dualidades del mundo para reflejarnos. Todo esto parece bastante opuesto a que tengamos que reconsiderar cada poco tiempo nuestras estancias para seguir un juego de contrastes y geometrías que alguien nos ha dicho que son tendencia, porque decir que son moda no vende ya tanto.

Las casas son para disfrutarlas, igual que el placer de leer es algo infinitamente más gratificante que alardear de erudición, vivir tu vivienda es más importante que tener un museo inerte que mostrar a las visitas de fin de semana. Luego puedes tener cierto orgullo de "como vives" igual que de otros logros personales o sugerir a los demás tus soluciones para habitar igual que puedes dar consejos de otro tipo. Por eso la funcionalidad, la comodidad, la temperatura y humedad precisas, la iluminación adecuada a cada lugar y uso, el espacio libre acorde para habitar, la proporción entre vacíos y llenos, y la posibilidad de disfrute diario no deberían ser sacrificados por la trampa del mausoleo sagrado, el decorado intocable detrás de un escaparate.

Pongamos que alguien llega a nuestra casa y nos dice que la tendencia es el contraste rotundo entre negros y blancos con la irrupción de tonos vivos en paredes de fondo, y que tenemos que introducir patrones de bandas de negro contra blanco, chaise longue absolutamente desproporcionado para las dimensiones del salón y que su catálogo es muy cerrado por coherencia con el estilo.

Al día siguiente otra persona nos recalca que la tendencia a seguir es el lacado y pintado en blanco omnipresente en todos los elementos: paredes, suelos y techos, mobiliario y cerámicas o elementos escultóricos, y con un poco de suerte se puede dar un contrapunto en azul con un par de cojines y las cortinas.

Ninguno de los profesionales nos ha escuchado decir más que buenos días, no saben de nuestros gustos y preferencias, como ocupamos la casa, como entra la luz del sol y se orientan las fachadas, donde leemos, escuchamos música o dibujamos caligrafía japonesa, que vamos a conservar dos lienzos pintados al óleo en un lugar importante, que odiamos el color berenjena y adoramos el siena. Hemos comprado un espejo que no es tal, no veremos nuestro reflejo en él, sólo una clonación ni siquiera a medida de nuestros espacios de una foto de revista.

Eso que necesitamos tanto que nos digan, lo que se lleva o lo que no, no lo necesitaron los autores y clientes de obras de casi cien años que hoy darían cualquier cosa por firmar nuestros arquitectos e interioristas contemporáneos. No me refiero al juego de lo "retro", el rescate a modo de caricatura de una década al servicio en el fondo del mismo artificio de las industrias de la decoración. Me refiero a que la adecuación, la armonía, el juego compositivo brillante, la capacidad de la iluminación para crear entorno, la subordinación jerárquica de todos los músicos de la orquesta para hacer sonar la música sin desafinar no tienen caducidad.

Lo que necesitamos es que los profesionales nos ayuden con un método, no con un resultado preconcebido; con un viaje y no con un destino cierto; con un diálogo y no con un monólogo disfrazado de firma. Es posible que nos deslumbre el estilo de un autor, pero en la medida que dedique su actividad a copiarse a sí mismo nos estará fallando. Es un equilibrio difícil, pero debe serlo: el cruce de dos caminos, uno el profesional: experiencia, conocimientos y talento,  y no menos importante el camino del habitante de esa vivienda: con una biografía, vivencias, preferencias y "maneras de vivir" y toda una vida para disfrutar o padecer las decisiones de unos días.

Esto no quiere decir que no escuchemos al proyectista, sus consejos pueden ser muy valiosos. Puede resultar desalentador para ellos convertirse en meros recopiladores de un listado de objetos. Si buscamos a alguien con vocación artística para añadir unidad, armonía y creatividad a nuestras estancias no podemos después dejarlo todo en una sucesión exhaustiva de peticiones sin margen para su aportación. Un interiorista, un arquitecto o un pintor de murales artísticos no sólo trabajan por dinero, al menos no los que merece la pena contratar, sino por la pasión de volcar lo que saben y lo que les sugiere nuestra vivienda y nuestras personas en el proyecto y la reforma.

En cuanto al momento de cambiarlo todo, sólo debería depender de nuestro estado de ánimo. Si nos hemos cansado, si hay un terremoto en nuestra vida: hijos, trabajar en casa, nueva ocupación, nueva pareja o un dinero caído del cielo. Pero mientras encajemos como un guante en ese rincón, yo no me dejaría llevar por cantos de sirena o aficionados a la decoración. Mucho menos vernos en la obligación de cambiar de casa como de vestuario.

Esto no es una llamada a la mezcla anárquica sin criterio, simplemente que nos demos la oportunidad de crear un espacio único de verdad y no como falsa etiqueta comercial, materia de lo que está en nosotros aunque no se ve y marco acogedor y protector de nuestros mejores momentos. El hogar, el lugar del fuego, calor y seguridad, satisfacción y paz.















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